EL ELEFANTE DE CARLOMAGNO

Los griegos creen que el elefante se llama así por las dimensiones de su cuerpo, que tiene forma de montaña, ya que en griego monte se dice λόφος. Los habitantes de la India lo llaman “barro” en referencia a su grito, de donde viene la palabra para el sonido que hacen: “barritus”(barrito), y para sus dientes: “ebur” (marfil). Su hocico se llama “probóscide”, porque con él se lleva la comida a la boca, y es parecido a una serpiente defendida por un baluarte de marfil. Se cree que fueron los antiguos romanos los que los llamaron “bueyes lucanos”: “bueyes”, porque no habían visto nunca un animal más grande, y “lucanos” porque precisamente en Lucania Pirro fue el primero en utilizarlos en un combate contra los romanos. De hecho, esta especie animal es apropiada para las empresas militares. Persas e indios les colocan en el lomo unas torres de madera, desde las que lanzan flechas como desde una muralla. Están dotados de gran inteligencia y de excelente memoria. Se mueven en manadas, saludan haciendo un movimiento y tienen miedo de los ratones; se aparean de espaldas y cuando paren, expulsan a la cría en el agua o en una isla, debido a los dragones, que son sus enemigos y los matan envolviéndolos en sus espiras; la gestación dura dos años, y solo tienen un parto en la vida, y no múltiple, sino de una sola cría. Viven trescientos años. Antes los elefantes nacían solo en África y en la India, pero ahora solo los hay en la India.
San Isidoro de Sevilla, Etimologías, XII, II, 14

El verano del 802 no fue un verano cualquiera.
El 20 de julio entraba en la ciudad de Aquisgrán un judío llamado Isaac que guiaba un elefante, un regalo del califa de Bagdag para el señor del mundo: Carlomagno.

En Aquisgrán, la “nueva Roma”, el emperador cura sus achaques del campo de batalla en las estupendas termas de la ciudad. Su palacio está inspirado en el que Constantino erigió en Letrán. La armonía y el brillo de su catedral recuerdan las glorias del Templo de Salomón, porque Carlomagno es el “nuevo David”.

Al soberano le gusta cazar en su particular PARAÍSO, su jardín cerrado, que quiere imitar a aquel parque que bañaba el río Meandro en Anatolia, donde Ciro de Persia cazaba gacelas, según cuenta Jenofonte.
Así lo describen los versos de Ermoldo Nigelo:
Hay un lugar insigne cerca del palacio real
que llaman Aquisgrán, cuya fama es inmensa,
rodeado por el mármol de las piedras o cerrado por un baluarte,
donde crecen los árboles y verdea la hierba fresca;
un río de demorado caudal lo lame por la mitad;
allí viven aves variadas y animales salvajes.
Cuando el rey tiene ganas, acompañado de unos pocos,
muy a menudo entra en él con intención de cazar,
para atravesar con su espada los enormes cuerpos de los ciervos
con cuernos, o para matar gamos y cabras,
o cuando el hielo congela el suelo en los días de invierno,
para sacar a las aves de los nidos con aves rapaces.

El emperador sabía que el poder de los césares ya no estaba en Roma, sino en Bizancio: Constantinopla, donde el imperio en aquellos días era femenino. La griega Irene gobernaba con puño de hierro, pero era una mujer. Le puso en bandeja al papa León III la primacía de Carlos, que se convirtió en emperador del Sacro Imperio.

Pero a Carlomagno no le llegaba con esto.
El emperador quería un ELEFANTE.
Ninguno de los sabios que lo rodearon, ninguno de sus historiadores y biógrafos, dijo a qué obedecía este capricho del monarca franco.
Carlomagno había aprendido a leer de mayor, gracias a Alcuino de York, su mano derecha en la reforma cultural que se propuso. Quizás fue su maestro quien le leyó las cosas que decían los antiguos sobre este fabuloso animal. Sabía que Alejandro en sus campañas orientales había tenido al menos uno. Además, la autoridad de Plinio era incontestable:
Los elefantes son los animales terrestres más grandes y que más se acercan a las facultades humanas, porque son capaces de entender la lengua del lugar donde han nacido, obedecer las órdenes, recordar los deberes que se les han enseñado, y hasta sentir deseos de amor y de gloria. Además, poseen un conjunto de virtudes que incluso son raras en las personas: honestidad, prudencia, sentido de la justicia, y respeto religioso por los astros, así como veneración por el sol y la luna.

Harun al-Rashid era el monarca del Imperio abasida, el califa de Las Mil y Una Noches. Dominaba el mundo conocido desde la India hasta Túnez. Al emperador de los francos le interesaba su amistad.
Tener un elefante oriental estaba cargado de símbolos.

En el año 797 una embajada de tres personajes peculiares parte de Aquisgrán hacia Bagdag. No hay muchos detalles de estos hombres, ni sobre cómo transcurrió su viaje hasta tierras infieles, ni acerca de la acogida que les dispensó el califa.
Un judío llamado Isaac era uno de los integrantes. Probablemente su profesión era la de mercader, y por tanto conocedor del árabe, quien seguramente podía actuar de intérprete; de los otros dos, un tal Lantfrido y el llamado Segismundo no se sabe nada.
El emperador había sido coronado en Roma en la Navidad del año 800 (en realidad, del 801). Cuando se encontraba en Pavía recibió la noticia de la llegada de la embajada oriental:
AÑO 801
(…) El emperador viajó de Spoleto a Rávena, donde permaneció unos días. Después se dirigió a Pavía, donde le anunciaron que unos embajadores de Harun Amir al Mumminin, rey de los persas, habían entrado en el puerto de Pisa. Envió a unos hombres a su encuentro, que tuvo lugar entre Vercelli e Ivrea, con la orden de que se presentaran ante él. Eran dos hombres: uno, un persa de Oriente, enviado del rey de los persas; el otro, un sarraceno de África, enviado del emir Ibrahim, que gobernaba en los confines de África, en Fez. Estos emisarios anunciaron que el judío Isaac, al que el emperador había enviado hacía cuatro años al rey de los persas con Lantfrido e Segismundo, venía de vuelta con grandes presentes. Lantfrido y Segismundo habían muerto. Entonces, Carlos envió a Ercambaldo en calidad de notario a la Liguria para preparar la flota en la que sería transportado el elefante y todo lo que mandaban con él.
El emperador, tras celebrar la festividad de San Juan Bautista en Ivrea, cruzó los Alpes y regresó a la Galia.
Ese mismo verano fue tomada la ciudad de Barcelona en Hispania, asediada desde hacía dos años. Su prefecto Sadun y muchos otros sarracenos fueron capturados. En Italia también fue tomada e incendiada la ciudad de Chieti, y su prefecto Roselmo, capturado. Las fortificaciones que pertenecían a esta ciudad se rindieron. Sadun y Roselmo, llevados a presencia del emperador el mismo día, fueron condenados al exilio.
En el mes de octubre de ese mismo año, el judío Isaac que venía de África con el elefante entró en Portovenere. Como no pudo cruzar los Alpes debido a la nieve, pasó el invierno en Vercelli.
El emperador celebró en su palacio de Aquisgrán la Navidad.

Desde Vercelli a Aquisgrán hay unos 900 km. y hay que cruzar los Alpes. El judío Isaac salió a mediados de abril de Italia, cuando los puertos estaban despejados de nieve.

Los REGALOS son una buena manera de empezar una relación. La historia está llena de episodios en los que señores de mucho rango, reyes y poderosos de todo el mundo, se han ganado la confianza de sus iguales mediante un obsequio. Los hombres sencillos acostumbran a llevar presentes más modestos, pero los monarcas se esfuerzan para lograr el asombro con sus extravagancias.

Así, cuentan las crónicas que Harun envió a Carlomagno objetos preciosísimos nunca vistos en Occidente, como dice Notker Balbulus:
Estos persas le trajeron al emperador un elefante y monos, bálsamo, nardo y muchos ungüentos, especies, perfumes y muchas clases de medicamentos, como si Oriente se vaciara para que Occidente se llenara.

El 20 de julio de ese mismo año llegó Isaac con el elefante y otros presentes que enviaba el rey de los persas. Los entregó todos al emperador en Aquisgrán.
El nombre del elefante era Abul Abbas.

La presencia de Abul Abass en la corte tuvo que causar una honda impresión entre los nobles y los intelectuales que rodeaban al soberano.
El monje irlandés Dicuil, que enseñó en algún monasterio carolingio, explica que todo el mundo estaba convencido de que los elefantes no se arrodillaban, porque habían leído a Aristóteles a través del testimonio de Plinio. Él lo desmiente.

Julio Solino, cuando habla de Germania y de las islas se equivoca al hablar de los elefantes cuando asegura que un elefante nunca se acuesta, mientras que es totalmente cierto que se acuesta como un buey, ya que la gente del reino de los francos en tiempos de Carlomagno tuvo ocasión de ver un elefante, pero a lo mejor esto se escribió juzgando erróneamente a los elefantes, ya que sus rodillas y sus pezuñas no se distinguen a simple vista, sino solo cuando están acostados.
¿Quizá Dicuil tuvo oportunidad de ver con sus propios ojos a Abul Abass?
No cabe duda de que el animal se inclinó ante el señor del mundo en señal de respeto.

Las crónicas hablan también de la muerte de Abul Abbas:
(…) Luego cruzó el Rin por el lugar que llaman Lippehan (…) y mientras pasaba allí unos días, aquel elefante que le había enviado Harun, rey de los sarracenos, murió de repente.
Esta inicial de los Comentarios de Casiodoro, copiados en esa época en la abadía de Saint Denis, podría ser un recuerdo del elefante del emperador:

Algunos han llegado a decir que el famoso OLIFANTE del rey, aquel que su sobrino Roland no quería tocar para que acudiera en su ayuda, y después sopló y le estallaron las sienes, era uno de los colmillos del elefante Abul Abass.

Carlomagno murió la mañana del 28 de enero del año 814, y esa misma noche fue enterrado en la catedral de Aquisgrán. Su sepultura sigue siendo un misterio, a pesar de que sus huesos descansan en un cofre de oro en la propia catedral.
A la tarea de su busca se entregaron los emperadores Otón III y Federico Barbarroja. Se dice que en el año 1000 se abrió su tumba.
El cuerpo del emperador estaba envuelto en este precioso paño de seda de procedencia oriental, donde se representan unos elefantes:

Y como tantas veces desde que Troya cayó, los reyes y emperadores han procurado trasladar la sede imperial a su conveniencia. De Troya a Roma, de Roma a Britannia, de Roma a Aquisgrán, a París, a Berlín, o incluso a Washington…
A esto los estudiosos lo denominan la
Y un animal tan noble, que puede recorrer tantos kilómetros por tierra y por mar, transportado en un barco adecuado, que junto a su hembra representan los dos a Adán y Eva en el Edén, que es humilde y caritativo, igual que el buen samaritano, que no hace daño a nadie, pero ayuda a los hombres en la guerra, y que tiene miedo de una pequeña criatura como el ratón, no puede sino representar la grandeza de un reino.

Elephant Boy (1937)
TRADUCCIONES: Maite Jiménez (agosto 2021)
Para saber más: Giuseppe Albertoni, L´elefante di Carlomagno.